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Un árbol para dos

  • Foto del escritor: babochki_lyubov
    babochki_lyubov
  • 26 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Luz y oscuridad; el Sol y la Luna; cielo e infierno; ángeles y demonios; el bien y el mal; todo esto son opuestos, opuestos como las nubes oscuras y el cielo claro que conforman el paisaje de un prado con un único árbol como habitante. Este prado del que hablo, al igual que este árbol y, por no ser menos, también el cielo dividido, tienen una historia, una historia que ahora contaré.


Un día, no muy lejano pero tampoco muy cercano, una sombra se convirtió en hombre y un rayo de Sol, en mujer. Aparecieron en el mismo prado, el mismo día y a la misma hora; al principio, ninguno de los dos se dio cuenta de la presencia del otro pero, en el momento en el que se giraron, sus ojos se encontraron, sus corazones empezaron a latir desenfrenadamente y, de repente, las historias sobre el hilo rojo del destino que une a dos almas destinadas a estar juntas por toda la eternidad, se hicieron realidad. Se acercaron el uno al otro, ya que los opuestos se atraen, y ellos eran completamente opuestos: él era oscuridad, mientras que ella era luz; él iba de negro, ella, de blanco; él tenía los ojos negros, y ella los tenía azules como el cielo despejado; y, así, podría seguir enumerando una infinidad de contradicciones entre ellos, pero, por encima de todas sus diferencias, ellos dos se complementaban como nadie, ya que, como siempre dicen, sin luz no hay oscuridad y sin oscuridad no hay luz.

Vivieron en ese prado, enamorados como estaban, por muchos años, pero no pudieron tener ningún hijo, ya que la luz y la oscuridad no se pueden fusionar. Un día, el hombre, al ver lo triste que estaba la mujer por no poder tener hijos, plantó un árbol, un único árbol en ese prado, que cuidaron y amaron como si fuera su hijo. Cuando murieron, en vez de desaparecer, el hombre se convirtió en las oscuras nubes que cubren una mitad del cielo de ese prado, mientras que la mujer se convirtió en la luz que ilumina la otra mitad del cielo.

Y, aún hoy en día, el cielo de ese prado sigue dividido en luz y oscuridad, que se complementan y velan por el que, un día, fue su único hijo. El árbol solitario que, ansioso, espera reencontrarse con sus amados padres algún día.

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