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  • Foto del escritorbabochki_lyubov

Gemelos

Capítulo 36


Dumbledore se encontraba en el salón de una mansión con la que nunca había si quiera soñado. La Mansión Slytherin de Inglaterra, un mito que nunca creyó que fuese real, al igual que la Cámara de los Secretos de Hogwarts. Mitos sobre Salazar Slytherin y sus propiedades, que al final resultaron ser reales.

Aunque la duda de cómo la familia Black y sus allegados habían conseguido mudarse a vivir a la mansión, a la cual en teoría, solo el heredero de Slytherin tenía el acceso, era muy grande. Por el momento le bastaba con la información que Pettigrew le había proporcionado sobre donde se encontraba lo que había ido a buscar. Las preguntas las podía hacer después, cuando la relación entre el joven Potter y el chico Black fuera más allegada y éste último le contara a su chico dorado sobre su mansión y su niño de oro luego se lo contara a él.

Recordaba cómo, hacía unas horas, Peter Pettigrew había aparecido en su despacho cuando se estaba preparando para asistir a la fiesta de cumpleaños organizada por Molly para los gemelos.

El animago parecía muy alterado, como si hubiese sido perseguido, aunque eso era una ridiculez dado que aquel hombre se movía en su forma animaga por todos los lados sin ser notado. Dumbledore le quitó importancia pensando que quizás se había encontrado con un gato, pero cuando Pettigrew abrió la boca y le contó cómo se había colado en la mochila de Severus y este lo había llevado junto a su hijo a un lugar llamado Mansión Slytherin, donde se reunieron con el resto de su familia para asistir a la fiesta de los Weasley, dejando la mansión vacía ya que era el día libre de su elfina doméstica, lo que a Dumbledore le pareció una estupidez, pero también le contó sobre cómo era la mansión.

Y en particular, un cuadro de Salazar Slytherin que había encima de la chimenea de la laberíntica biblioteca.

El viejo no pudo evitar pensar que esa era su única y mejor oportunidad de conseguir a un hablante de parsel que no pudiera escapar y que fuese capaz de abrir la cámara de los secretos para él. Por lo que el director no dudó ni un segundo antes de avisar a Molly y Arthur de que no asistiría a la fiesta, dando la excusa de los asuntos del colegio, y espero el tiempo que creyó adecuado para ir rumbo a la mansión.

Y, ahora, allí estaba, recorriendo el lugar intentando no perderse, porque además de ostentosa, la mansión era literalmente enorme e intrincada, que casi parecía tener vida propia, como si tratara de hacerle el camino lo más difícil posible para que se fuera de allí sin conseguir su propósito. Pero Dumbledore no iba a rendirse hasta encontrar lo que necesitaba, si fuese tan fácil hacer que se diera por vencido habría fallado en su causa hacía muchos años, el viejo hombre tenía una tenacidad y una testarudez admirables, después de tantos años luchando por sus objetivos las necesitaba si quería conseguirlos.

Sabía que lo que pretendía lograr sería muy mal visto por todo el mundo, incluso por el bando de la luz, porque no entenderían que esa era la única manera. La única manera de salvarlos a todos.

Él tenía la solución a todos los problemas del mundo mágico y la llevaría a cabo, costara lo que costara, estaba al tanto de las consecuencias de sus actos, el odio de toda la comunidad mágica, el rechazo, incluso podría morir llevando a cabo sus planes, pero todo fuera por el bien mayor.

Dumbledore sabía que nadie más lo veía, nadie excepto él. Todo el mundo veía al problema como la solución, pero él, Albus, era el único que realmente veía al problema como lo que realmente era, un cáncer que los estaba matando a todos desde dentro sin siquiera notarlo. Y sí, Dumbledore conocía sobre la enfermedad muggle, se había informado sobre el mundo muggle, pues si todo salía a pedir de boca, que es lo que esperaba, iba a necesitar todo el conocimiento posible sobre el mundo muggle.

Después de caminar por lo que parecieron horas Dumbledore encontró la biblioteca, entró en ella y creyó que se había perdido, hasta que lo vio. Una enorme y majestuosa chimenea, decorada con enormes serpientes de piedra a los lados que tenían incrustadas esmeraldas en el lugar donde deberían estar los ojos, y el escudo de Slytherin tallado en la pared, justo en la parte de encima donde las llamas parecían fusionarse con él de una forma espectacular, provocando unas sombras impresionantes y algo terroríficas al cuadro que había sobre la chimenea.

-¿Quién es y qué busca en mi mansión?-la voz de Salazar Slytherin resonó imponente y poderosa, justamente como la apariencia del viejo hombre.

-Mi nombre es Albus Dumbledore, honorable Lord Slytherin, soy el actual director de Hogwarts y requiero de su sabiduría y conocimientos sobre asuntos realmente importantes de la escuela.-Dumbledore no era estúpido, sabía que al fundador de la casa de las serpientes le gustaba que le alabaran, o eso había entendido de lo que había leído sobre él.

-¿Cree que hablándome así conseguirá mi ayuda, director?-Respondió de forma burlona Slytherin.

Albus por un momento creyó haberse equivocado con su forma de tratar al hombre, hasta que vio cómo, contrario a su tono y palabras, el pecho del fundador dentro del cuadro estaba un poco hinchado del orgullo. Dumbledore lo había calado. Si escogía con cuidado sus siguientes palabras, podría dar de lleno, lo tendría en el bolsillo, literal y figuradamente.

-Lo que digo solo es la verdad, mi señor, es usted el más sabio de los 4 fundadores. Su propia casa lo dice, solo aquellos más astutos e ingeniosos podrán ir a Slytherin.-Dumbledore observó con cuidado al cuadro, relajándose con fervor al ver que había logrado que el primer hablante de parsel conocido bajara la guardia frente a él.-Ahora, si me lo permite, los asuntos de los que requiero sus consejos y sabiduría solo pueden ser tratados en el castillo, por lo que me gustaría llevarlo allí conmigo, si le parece bien, por supuesto, mi Lord.

-Claro que me parece bien, no hay ningún hechizo puesto sobre mí, por lo que puede descolgarme de la pared sin problemas, encogerme y llevarme al colegio con usted.

Dumbledore sonrió gentilmente, como un agradecido admirador, y así lo hizo. Descolgó el cuadro, para después encogerlo, metiéndolo en su bolsillo y llevándoselo consigo al castillo.

Sus planes estaban marchando más rápido de lo previsto, pero eso era muy bueno, para cuando alguien se diera cuenta de lo que estaba haciendo ya sería demasiado tarde para detenerlo.

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