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Gemelos

CAPÍTULO 12


El último regalo de Harry había resultado ser un anillo que Tom conocía muy bien. Dicho anillo venía con una nota anónima que decía:

"Estoy seguro de que quedará mejor en tu mano que en la mía."

Harry enseguida notó los hechizos de compulsión que tenía puestos el anillo, aunque también notó otra magia mucho más oscura y vieja en el anillo. Lo cual casi hace que no se dé cuenta del poder del propio anillo o, mejor dicho, de la piedra del anillo. Harry no se lo puso, pero lo dejo en un sitio accesible.

Al día siguiente Chavda y él se volvieron a encerrar en el despacho del mayor. Tom se deshizo de los hechizos de compulsión y se lo dio a Harry, sabía que nadie cuidaría mejor de un trozo de su alma que su ángel.


El resto de las vacaciones pasaron tranquilamente.

Harry y Snape se hicieron mucho más cercanos, el profesor había empezado a actuar como una madre para el niño y lo hizo aún más después de descubrir la pasión que el chico poseía por las pociones, al igual que él.

Harry le habló sobre sus tutores privados, Cygnus y Corvus, y le contó sobre las bromas que le hacía a Cygnus todo el tiempo, las cuales eran sospechosamente parecidas a algunas bromas por las cuales los gemelos Weasley habían sido castigados desde el comienzo del curso y de las cuales ambos pelirrojos juraban y perjuraban ser inocentes. También decían lo mucho que les gustaría conocer al verdadero autor para mostrarle sus respetos.

Snape decidió que haría oídos sordos y no delataría a Harry, sabía que Sirius se sentiría muy orgulloso del chico en cuanto le conociera y le contase todas las bromas que había gastado sin que le pillaran.

Lo que llevaba a Severus a la siguiente pregunta:

¿Cómo reaccionaría Regulus ante esto?

Sinceramente, Severus no tenía ni idea.

Tendría que esperar para averiguarlo, aunque esperaba que no fuera una mala reacción, pues tanto Sirius como Harry habían pasado por momentos muy duros, se merecían un descanso.

Regulus vivía con Sirius y Severus en el nº12 de Grimmauld Place, donde el matrimonio empezó a vivir desde poco antes de la falsa muerte del ahijado de Black.

Regulus ya estaba viviendo allí cuando el matrimonio se mudó, pero a ninguno les importó convivir, porque Sirius y Regulus eran hermanos y Regulus era uno de los mejores amigos de Severus, así que acabaron conviviendo los tres en la casa donde los hermanos Black se habían criado.

Al principio Kreacher se mostró reticente a obedecer las órdenes de Severus, pero solo bastó que Regulus se enfadara con el elfo doméstico para que este empezara a tratar a Snape con el mismo respeto con el que trataba al menor de los hermanos Black.

Otro problema había sido el retrato de la matriarca de los Black.

Ella no hacía más que gritar insultos hacía sus hijos por haber aceptado a un "sucio mestizo" en su honorable casa, aunque esto también tuvo una solución bastante rápida.

Snape se despertó de mal humor un día y, en cuanto la señora Black empezó a gritar sus habituales insultos, Severus no la dejó ni acabar una frase cuando le gritó de vuelta y la puso en su lugar, dejando a todos con la boca abierta, incluyendo al cuadro de su difunta suegra.

Desde aquel día la mujer no había vuelto a levantar la voz ni a insultar a nadie en la casa, y mucho menos a Snape.

Sin embargo, con la supuesta muerte de Harry, Sirius había entrado en un estado de depresión bastante grave que solo podía tratarse con unas pociones especiales que, si hubiesen tenido que comprarlas, habrían dejado a los Black en bancarrota. Por suerte, tenían a Severus, quien se encargaba de preparar las pociones y cuidar a su marido.

No obstante, el pocionista no podía cuidar del mayor de los Black estando en Hogwarts, pero para eso estaba Regulus, que era el encargado de cuidar de su hermano mientras Severus estaba en la escuela.

A pesar de su depresión, Sirius nunca había perdido la esperanza de encontrar a Harry algún día, y ahora que Severus le había encontrado, quizá el reencontrarse con su ahijado perdido haría que Sirius volviera ser el mismo hombre que fue antes.

Quizá podría volver a ser aquel chico bromista y lleno de vida que le pidió una cita, empapado en la orilla del Lago Negro, en su tercer año en Hogwarts.

En la soledad de su despacho, unas pocas horas antes de que el banquete de bienvenida de después de las vacaciones de invierno tuviera lugar, Severus Snape de Black se permitió llorar. Sentado en su escritorio y abrazando el anillo que Sirius le dio en un precioso jardín nevado lleno de crisantemos azules, lilas y rosas en algún lugar de Alaska, en el que fuera el mejor día de la vida de ambos. El día en que sus vidas se unieron para siempre y en el que se convirtieron verdaderamente en uno por primera vez.

Sus sollozos eran inaudibles por varios hechizos puestos por el propio pocionista mientras, entre lágrimas de inmenso dolor, el jefe de Slytherin rogaba en silencio a cualquier ser que estuviese escuchando que le devolviera a su amado, que le devolviese al hombre en cuyos ojos siempre había un brillo juguetón y cuyas sonrisas alteraban hasta a la más severa de las profesoras, suplicaba que le devolvieran al hombre que era incapaz de estar más de 15 minutos quieto, y al hombre que no paraba de repetir infinidad de veces lo mucho que lo amaba.

Porque Severus amaba tanto a su marido que verle prácticamente muerto, apenas comiendo o hablando y casi siempre durmiendo con unas ojeras terribles debajo de sus hermosos ojos le estaba matando, porque sentía el dolor de su marido y no podía repararlo, no podía hacer nada para ayudarlo y eso lo estaba matando lentamente.

Pero ahora había algo que sí podía hacer.

Había encontrado a Harry y eso podría ser la cura de Sirius, podría ser lo que le devolviera a la vida, y Snape no podía aguantar la espera hasta las vacaciones de verano.

Pero lo haría, por el amor de su vida y por el chico al que estaba empezando a considerar como su retoño.

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