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Speechless

Capítulo 1


Harry Potter no habría sido capaz de decir ni una sola palabra por la impresión ni aunque hubiese podido hacerlo. El Callejón Diagon era un lugar completamente... bueno, mágico. Por supuesto, la fascinación que el niño había sentido por todo el oro que había visto en esa, em, bóveda del banco con esos seres bajitos, ¿duendes?, no podía ni compararse con la emoción que sentía mientras se paseaba por esa Callejón lleno de gente y miraba escaparates o compraba las cosas que necesitaba para esa escuela mágica a la que sus padres habían asistido. Harry le había pedido a Hagrid que la tienda de libros fuese el último lugar al que fueran, puesto que Harry quería comprar más libros aparte de los reglamentarios, pues el niño quería aprender todo lo posible sobre este nuevo mundo al que acababa de volver, aparentemente, y no quería gastar más de lo debido en la tienda de libros para luego descubrir que no le llegaba para el resto del material.

Hagrid había accedido en seguida, normalmente la librería habría sido el primer lugar al que hubiera llevado al niño para poder librarse de los libros lo antes posible, pero el semi gigante sentía mucha pena por el niño que no podía hablar, suponía que al haber perdido la voz los libros eran la única compañía que el pobre niño tenía, pues los niños de esa edad no eran muy pacientes, y menos con alguien incapaz de comunicarse. Por supuesto, Harry seguía haciendo esos gestos con las manos, que ahora Hagrid sabía se llamaba lenguaje de ¿signos? ¿señas?, bueno, algo así, pero los niños no eran lo suficientemente pacientes para aprenderlo. A Hagrid también le preocupaba que, al no poder hablar, el pequeño Harry no pudiese asistir a Hogwarts. Es decir, ya suficiente se iban a meter con el niño por esas horribles cicatrices de quemaduras en su garganta como para sumarle el hecho de que no tenía voz. Solo esperaba que, si el director decidía permitirle a Harry asistir a Hogwarts, los demás no fuesen demasiado malos con él. Por mucho que Hagrid admirara a James, Sirius, Remus y Peter, el guardabosques rezaba para que Harry no se encontrase con nadie como ellos o lo que los Merodeadores le habían hecho pasar a Snape en sus años de estudiantes sería un paseo por un campo de flores comparado con lo que le harían al pobre Harry.

Ajeno a los negativos pensamientos de Hagrid, Harry entró en la tienda «Madame Malkin, túnicas para cualquier ocasión» después de que el semi gigante le dijera que volvería para cuando hubiese acabado y le diera la bolsa con el dinero de su bóveda. Harry entró y, como siempre que entraba a algún lugar desde que tenía 5 años y la tía Petunia le había hecho esas horribles cicatrices en la garganta con su plancha al rojo vivo, todo se paró en la tienda y miraron su cuello horrorizados. Harry suspiró de forma disimulada y luego puso una gran sonrisa en su cara. En seguida todos volvieron a sus tareas tratando de disimular las miradas horrorizadas que le daban a él, o más bien, a las cicatrices de su cuello.

-Hola, cariño.-dijo una mujer que se acercó a él, se agachó a su altura y procuró enfocar sus ojos en su cara, aunque de vez en cuando los desviaba a su cuello. Harry estaba acostumbrado.-¿Hogwarts?

Aún sonriendo, Harry asintió entusiasmado y la mujer le devolvió la sonrisa.

-Bien, entonces ven por aquí, tengo a otro chico probándose el uniforme ahora.

Harry asintió y siguió a la mujer, pero luego recordó que quería algo más y se detuvo. Empezó a mover las manos para decirle lo que quería, pero luego recordó que Hagrid le había dicho que los magos no conocían el lenguaje de signos y sacó la pequeña libreta que había estado usando para comunicarse con el semi gigante y escribió lo que quería.

«Disculpe, pero también me gustaría hacerme un nuevo guardarropa completo. Si es posible.»

La mujer miró atentamente al niño y luego enarcó una ceja cuando leyó el mensaje, Harry pensó que le preguntaría por qué no hablaba cómo había hecho Hagrid nada más conocerlo, pero luego la mujer lo volvió a mirar y, después de que su mirada se posara una vez más en las cicatrices de su cuello, algo parecido al entendimiento brilló en sus ojos y le sonrió con compasión al chico. Harry se obligó a mantener la encantadora sonrisa en la cara. Odiaba que la gente lo mirase con compasión. Él no necesitaba compasión. Lo que necesitaba era que alguien metiese a la loca de su tía Petunia en la cárcel por lo que le había hecho.

-Por supuesto, cariño. ¿Qué clase de túnicas quieres?-preguntó la mujer mientras volvía a caminar en dirección a la parte trasera de la tienda.

Harry, sin dejar de sonreír, volvió a escribir en su libreta.

«¿Qué clase de túnicas debería tener en mi guardarropa?»

La mujer se lo pensó un poco. Al llegar al fondo de la tienda, Harry se fijó en un niño de rostro pálido y puntiagudo, con el rubio cabello platino peinado hacia atrás y unos ojos de color plata que miraban todo con aburrimiento, de pie sobre un escabel. El otro niño no se percató de su presencia, pero Harry se había quedado paralizado viéndolo. El chico era la persona más hermosa que Harry había visto nunca. El pelinegro se sonrojó y decidió que no quería que el otro niño lo viese. Harry no creía que alguien tan horrible como él fuese digno de pararse al lado de alguien tan hermoso como el otro niño. El rubio era como la hermosa Bella, y Harry era la horrible Bestia a la que todos temían y odiaban. Harry no era hermoso, quizás lo había sido alguna vez, antes del incidente de la plancha, pero ahora, con esas horribles cicatrices en su cuello y su inexistente voz, no había manera de que se mereciese si quiera respirar el mismo aire que el otro chico.

-Bueno, supongo que unas cuantas túnicas sencillas de diario y alguna que otra túnica más elegante para las fiestas de la escuela serían suficientes para un niño.

Harry se giró al escuchar hablar a la mujer que lo había llevado hasta allí. Y, por desgracia, no fue el único que se había fijado en la mujer. El otro niño miró a la señora y luego fijo su vista en Harry, quien sintió su sonrojo intensificarse aún más cuando el otro niño lo miró. Harry intentó no prestarle mucha atención y le asintió a la señora, que suponía que era Madame Malkin, mientras volvía a escribir en su libreta. Pero no pudo evitar mirar un par de veces por el rabillo del ojo al otro niño, quien, a diferencia del resto del mundo que Harry había conocido desde que tenía esas horribles cicatrices en el cuello, trataba de mirar sus ojos e ignoraba su cuello por completo. Harry supuso que, como tenía la cabeza inclinada escribiendo, el otro niño no había visto su cuello aún, pero las cicatrices eran muy notorias y se extendía por las partes laterales de su cuello también, por lo que eso no tenía mucho sentido. De todos modos, Harry no pudo seguir pensando en ello porque estaba en una conversación con Madame Malkin.

«Me gustaría todo eso que ha dicho, por favor. Y también, si los hacen, unos cuantos pares de pantalones y unas camisas sencillas.»

Harry estaba a punto de girar la libreta para que la señora la viera cuando, de repente, recordó algo y añadió otra cosa más.

«También me gustarían algunas bufandas, no muy llamativas. Por favor.»

Madame Malkin asintió y le sonrió al niño frente a ella, ignorando la mirada curiosa del otro niño.

-Claro, cariño. Todo lo que quieras, ahora súbete aquí y empezaremos a tomarte las medidas enseguida.

Harry asintió, avergonzado de tener que pararse al lado del niño hermoso, pero sin poder hacer otra cosa para no parecer un mal educado o dar a entender algo que no era.

-¡Hola!-exclamó el otro niño, agitando un poco la mano izquierda y sonriendo. Harry pensó que si su sonrojo seguía aumentando le acabaría explotando la cabeza.-¿También vas a Hogwarts?

Harry le miró, un poco tímido, le sonrió con la mejor sonrisa que tenía, agitó su mano derecha con entusiasmo y asintió. El otro niño, que hasta ahora solo había mirado sus ojos con fascinación, frunció un poco el ceño. Al parecer se había molestado porque Harry no le había contestado verbalmente. Harry nunca había odiado a su tía Petunia y lo que le había hecho más que en ese momento, y quiso llorar, porque de verdad quería que el niño hermoso fuese su amigo y poder hablar con él como cualquier otro niño normal de su edad. El niño hermoso se encogió de hombros y volvió a sonreír encantadoramente en dirección a Harry, en todo ese tiempo el niño hermoso en ningún momento se había fijado en su cuello, y Harry no sabía qué pensar.

-Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas-dijo el niño hermoso. Tenía una voz tan sedosa que Harry casi la podía sentir acariciando su maltratada piel, aunque parecía un poco aburrido, su mirada dejaba ver la emoción que sentía en realidad.-Luego voy a llevármelos a mirar escobas de carreras. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.

Harry soltó una pequeña risita, llamando la atención tanto del niño hermoso como de Madame Malkin, que estaba a un lado supervisando la toma de medidas. Harry se sonrojó y bajó la mirada. Su risa era uno de los pocos sonidos que tía Petunia no le había arrebatado hacía 6 años. Eso y sus gritos sin palabras y gemidos de dolor. Por supuesto, todos se pueden imaginar cuáles eran los sonidos que más había utilizado, y no era precisamente su risa. El niño hermoso sonrió de forma radiante y se removió un poco, emocionado por su logro.

-¿Tú tienes escoba propia?-preguntó el niño hermoso.

Harry levantó la mirada, pero enseguida la apartó al chocar sus ojos con los plateados del niño hermoso, y, por centésima vez desde que había visto al niño hermoso por primera vez, Harry se volvió a sonrojar. El pelinegro negó con la cabeza, triste por no poder tener algo de qué hablar con el niño hermoso.

-Oh, bueno, no todos los niños de nuestra edad tienen escobas, pero algunos de nosotros llevamos años volando.-dijo el niño hermoso, Harry sonrió un poco al ver que él intentaba no hacerle sentir mal.-¿Sabes volar?

Harry, abochornado de nuevo, volvió a negar.

-Puedo enseñarte cuando estemos en Hogwarts, si quieres.-dijo el niño hermoso, luciendo emocionado por la idea de enseñarle a Harry a volar.

Harry asintió, feliz de poder compartir algo con el niño hermoso, empezó a mover sus manos emocionado con gestos rápidos y luego se detuvo, otra vez, olvidaba que los magos no sabían lenguaje de signos. Harry miró al niño hermoso temeroso de ver algo malo en su rostro, pero el rubio solo había inclinado la cabeza un poco y miraba a Harry con curiosidad, como si fuese una especie de acertijo que debía resolver. Harry se sonrojó otra vez y sonrió. Justo cuando iba a usar su libreta para escribirle al niño hermoso lo que quería decirle, una de las ayudantes de Madame Malkin se acercó al niño hermoso y le dio un paquete.

-Aquí tienes lo tuyo.

El niño hermoso cogió el paquete, se bajó del escabel, le sonrió a la chica y se giró hacia Harry.

-Ha sido un placer. Espero verte de nuevo en Hogwarts, no olvides que me has prometido dejar que te enseñe a volar.-el niño hermoso le sonrió, con dientes y todo, y se giró, listo para irse.-¡Adiós!

Harry se quedó anonadado mirando el lugar por donde el niño hermoso había desaparecido. Ni siquiera notó las risitas de Madame Malkin y sus ayudantes mientras lo miraban divertidas.

-Parece que ha vuelto a hacer de casamentera sin pretenderlo, Madame.-susurró una de las ayudantes, la que más tiempo llevaba trabajando en la tienda.

-¿Qué puedo decir? Es un don natural.-contestó la mujer, suspirando de forma teatral y provocando más en risas en sus ayudantes.

Una vez el nuevo guardarropa de Harry estuvo listo y el chico sacó la bolsa de dinero, la mujer le dijo:

-Son 26 galeones y 2 sickles por el uniforme más las túnicas nuevas y los guantes de piel de dragón. Las camisas, los pantalones, las bufandas y estas preciosas botas de piel de dragón son un regalo de parte mía.

Harry ya estaba sacando el dinero cuando oyó la última parte y miró a la mujer con los ojos bien abiertos. Ella le estaba sonriendo, y Harry pudo ver que no había compasión en su mirada, ella de verdad quería regarle esas cosas a Harry, no lo hacia por pena. Sintió un nudo en su garganta y le dio a la mujer la sonrisa más grande que tenía, con dientes y todo. Sacó el dinero, pagó y luego escribió rápidamente en su libreta.

«Muchísimas gracias. Es usted muy amable. Siempre que necesite ropa nueva la compraré aquí. Gracias, de verdad.»

Madame Malkin le sonrió y le guiñó un ojo mientras le daba la ropa envuelta en un paquete.

-Espero que te vaya muy bien en Hogwarts, cariño. Y suerte con el rubio.

Harry se sonrojó cuando ella le volvió a guiñar el ojo y luego salió de la tienda con las risas de la mujer a sus espaldas. Harry sintió que podría llorar. Miró el paquete en sus manos, era el primer regalo que nadie le había hecho nunca. Atesoraría esa ropa para siempre, sin importar si se le hacía pequeña.

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