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Su verdadera manada

  • Foto del escritor: babochki_lyubov
    babochki_lyubov
  • 2 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

PRÓLOGO


En una habitación de hospital se encontraban una madre y su hijo, la madre estaba en una camilla con una intravenosa conectada a  su brazo derecho. El niño solo miraba a su madre con tristeza y algo parecido a la culpa. De repente, la madre se despierta y parece calmada, relajada, hasta que ve a su hijo sentado al lado de su cama. Su cara se transforma en una mueca de horror y miedo.

-Monstruo.-esa es la primera palabra, susurrada, que sale de los labios de la madre en dirección a su hijo. El niño la escucha a la perfección, pero sabe, o quiere creer, que eso que dice su madre es provocado por su enfermedad. Porque es lo que su padre y los médicos le dicen.-¡Eres un monstruo! ¡Una abominación! ¡Debí matarte cuando tuve la oportunidad! ¡Sal de mi habitación! ¡Monstruo!

La madre empieza a convulsionarse mientras grita, en un intento por bajarse de la cama e ir hacia su hijo, seguramente a pegarle o a intentar asesinarle, como ha estado haciendo desde que había llegado a esa fase de su enfermedad. El niño sale de ahí cuando llegan las enfermeras y el doctor. Se obliga a no llorar, se obliga a no dejar que las palabras de su madre le afecten. Y recuerda lo que su padre siempre le dice cuando su madre tiene uno de esos arranques:

«No eres un monstruo, Stiles. Ni tampoco eres una abominación. Eres el chico más especial, y el mejor hijo que hubiésemos podido pedir.»

Pero no funciona y, para cuando el médico sale y le dice que su madre ha muerto, las lágrimas ya hacía rato que estaban cayendo de los ojos del pequeño Mieczyslaw.

El grito de Stiles despertó al Sheriff, que no tardó en correr a la habitación de su hijo y abrazarlo para intentar calmarlo después de otra de sus pesadillas.

-Puedes llorar si quieres, hijo.-le susurró John Stilinski a su hijo, el cual estaba entre sus brazos con la frente apoyada en el hombro derecho de su padre. 


El problema era que a Stiles ya no le quedaban lágrimas para derramar.

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