PRÓLOGO
Sentía las lágrimas deslizarse por mis mejillas, mis manos estaban posadas a la altura de mi corazón. O lo que quedaba de él, pues dudaba que quedase nada más que polvo después de la devastadora noticia que Heimdall me había dado. En mi cabeza solo se repetía una palabra:
No.
No podía ser verdad. Lo que me estaba diciendo era una mentira.
Mi pequeño. Muerto.
Mis piernas no podían seguir sosteniéndome. Caí de rodillas frente al guardián del Bifrost, que me miraba con lástima y culpa. Pero no era su culpa, ni tampoco mía. Había dos culpables, pero no éramos ninguno de nosotros.
Eran ellos. Ellos habían matado a mi pequeño. Y lo pagarían caro.